Wed, 07 Apr 2004 - Archivado en Sociedad (limitada) y Sociedad (limitada)
Recuerdo que cuando era pequeño veía a mi abuela mirar las corridas de toros en televisión. Por aquella época había muchas cosas que a mí no me dejaban ver por su "contenido violento" (tenía que hacerlo a escondidas, tumbado en el pasillo mirando la "emisión prohibida" por el resquicio de la puerta) Pero los toros sí podía verlos, de hecho se emitían a media tarde, en fín de semana o cuando los críos ya habían salido del colegio. Ayer, en un pleno del Ayuntamiento de Barcelona, se realizó una votación en la que la mayoría de los grupos parlamentarios (todos menos el PP en pleno y una parte del PSC) se declararon contrarios a la práctica de las corridas de toros. Fue una votación simbólica, pues la administración no dispone de competencias para prohibir estos espectáculos, aunque abre una puerta para que en un futuro este resultado se traslade al parlamento de la Generalitat. Algunos lo califican como "un noble espectáculo de la danza entre el hombre y el toro" ¿acaso en el ballet se finaliza la actuación introduciendo una espada de un metro de largo en la espalda del bailarín principal? También encontramos excusas tales como "Las corridas de toros son parte de nuestra cultura" (...) Pues bien, yo me niego a considerar como mía una cultura que tortura a un noble animal, forzándolo a defenderse mientras se le debilita haciéndolo sangrar utilizando banderillas y se le fustiga con picas desde caballos blindados para al que al final acabe con su vida un profesional embutido en mallas rosas, entrenado durante toda su vida para ello y posiblemente con una larga lista de muertes a su espalda cuya única finalidad era la de "divertir". ¿De verdad nos parece un comportamiento aceptable que cientos de personas paguen por hacinarse en una plaza, ávidos de sangre, para contemplar el máximo número de muertes posibles mientras devoran sus fiambreras y se regalan con vino? Y no estamos hablando de efectos especiales, sino del dolor real del animal cuando siente el acero atravesar su piel, liberándolo al fín de lo que debe de sentir cada vez que las banderillas se mueven desgarrando su carne, de su desesperación, de un instinto de supervivencia inútil, que se va marchitando durante los eternos minutos que dura su tortura.
Publicado por LaRanaBudWeisEr.

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